jueves, 4 de junio de 2015

EL ÁGUILA HA CAÍDO

JAVIER GONZÁLEZ FERRARI DEJA DE PRESIDIR ATRESMEDIA RADIO




Llevo días intentando no escribir mi ira y la depresión al saber que los reptiles se habían apoderado del último reducto de los micrófonos libres.

Javier González Ferrari se ha defenestrado desde el otero de la Presidencia de Atresmedia Radio. La noticia no ha merecido más que breves indiferentes y pesados silencios de reptiles atemorizados que no desean morder la mano que les sirve la bazofia con la que subsisten. Como víctima de la mala gestión patrimonial de hijos desnortados en manos de visires estúpidos, puedo imaginar la trastienda de lo sucedido detrás de la frase vacía: «Me siento muy orgulloso y satisfecho de haber trabajado en Atresmedia Radio junto a un excelente grupo de profesionales y de haber aportado mi grano de arena para conseguir las mejores cuotas de audiencia y de rentabilidad en la historia de este grupo».

¿El golpeateclas más ácido que he conocido y la lengua más viva desde Quevedo recitando en público un texto tan huero? Solo puede significar que, en su infinita ironía antimediocres, quiere poner en ridículo al que le dictó el mensaje... o, que al tirarle de su oteadero en Ondacero le vulgarizaron.

Me atrevo a escribir sobre él desde la seguridad de que no va a enterarse (y que ha nadie va a interesar lo que yo escriba). Un hombre que sentía pánico por los efectos que podían producir los hornos microondas hasta prohibir su presencia en su casa, no me da que, con el paso de los años, se atreva a manejar un ordenador., del teléfono "listillo" ni hablamos. En consecuencia, es imposible contactar con él si el no quiere contactar contigo. A Javier le conozco desde hace 35 años y hemos mantenido escasos contactos sociales en los últimos 30. (Siempre me ha sorprendido que se acordara de mi cara cuando nos veíamos y el cariño personal con el que me trataba rodeado de pelotas, badulaques e ilustres).

Llegó al periodismo desde la filología y a la radio desde la admiración por su padre, Don Antonio (González) Calderón. Donde otros adolescentes sueñan con superar al padre, Ferrari ha dedicado 40 años de vida profesional a desarrollar, mantener y cuidar su legado intelectual en el periodismo radiofónico.

Para hacerse una idea de lo que ese legado significa, me permito una anécdota personal. Con Santiago Carrillo recién destocado de peluquín, me correspondió a mí llevar su primera entrevista en el "Informativo de las ocho" que dirigía Fermín Bocos desde Barcelona. Don Antonio Calderón me pidió que en cuanto llegara a los estudios le pasara a su despacho. Así lo hice. Hechas las presentaciones, Don Antonio dejó caer.

-"Usted y yo estuvimos juntos en la guerra".

-¿A sí? ¿Cómo fue? -respondió Carrillo con una sonrisa relajada.

-Yo estaba preso en la Checa de San Antón cuando usted dirigía aquello.

Se miraron a los ojos y siguieron su conversación como si nada, repasando el cuestionario que yo había preparado. En aquel momento, supe qué significaba la Transición a la Democracia y la Libertad que hacíamos los españoles: la transición desde la sinceridad, mirándose a los ojos dos enemigos, al futuro para unos hijos limpio de odio y sinrazón.

Don Antonio no se movió del control durante la entrevista. Yo estaba histérico. Santiago Carrillo me ofreció uno de sus cigarrillos y una sonrisa antes de largar su discurso políticamente correcto de reconciliación nacional y compromiso democrático. Luego, mientras recogía mi mesa para marcharme, pasó Don Antonio y me dió el premio periodístico más importante de mi carrera: un paraguazo en los lomos.

Unos pocos años después, Javier González Ferrari tuvo que enfrentarse y vencer a los fantasmas de aquella España naciente.

Aquel 23 de febrero nos aburríamos. Ferrari dirigía la retransmisión de la investidura de Calvo Sotelo y yo llegaba al locutorio con el guion del resumen de la última parte del debate en el Congreso para amenizar el aburrido conteo de la votación. Y se llamó desde la tribuna a Nuñez Encabo, y sonaron disparos y... Javier González Ferrari se cayó de la silla llorando y... siguió retransmitiendo y siguió conduciendo sabiendo antes que nadie que se trataba de un golpe de Estado, no de una intervención antiterrorista de la Guardia Civil. Lloraba por la España que amenazaba a su hijo/a (no lo sé bien) presto a nacer, pero su voz no temblaba y transmitía seguridad y confianza de que íbamos a salir de esa para no asustar a la familia que le estaría escuchando (ni al redactor que estaban sepultando detrás de un armario para esconderle de los golpistas que decían que estaban llegando a la emisora).

De esa experiencia le quedó un modo particular de hacer periodismo: decir lo que hay que decir y hacer lo que hay que hacer comiéndose el miedo, la inseguridad y la mala leche.

Con ese bagaje, Javier González Ferrari ha recorrido el escalafón del periodismo español, yéndose siempre un segundo antes de que le echaran por no doblegarse al politiqueo, negarse a que se haga periodismo reptante y despreciar al trincón tertuliano al servicio del poder.

Yo sé, tal vez solo yo lo sepa, que en su vagar por despachos con moqueta en coche oficial, solo ha perseguido un sueño: recuperar la SER, volver a la SER de aquellos tiempos, inventados por su padre, en el que se abría micrófono al que tenía algo valioso que aportar, en la que la opinión de un bando se contrastaba siempre con la del contario, en la que la SER no opinaba y todos opinaban en la SER, en la que el micrófono era para el redactor que se trabajaba el folio, en la que se asignaba el seguimiento de un partido en campaña electoral a un redactor que le fuera contrario y poco sospechoso de compadreo.

Dado que en la SER eso ya no tenía cabida, lo intento por radios y televisiones diferentes. Creyó conseguir algo con la complicidad de Carlos Herrera y, para defenderlo, aceptó el exilio del micrófono desde un aposentadero de presidente durante 13 años.

El heredero del heredero, preocupado por preservar su cabeza de la guillotina revolucionaria, se compró la horda sextera. Carlos Herrera, confundió éxito profesional con poder personal y cuan Quijote saltó a la palestra para vencer a los gigantes, (que muelen la democracia agitando su comunismo de opereta empujados por el viento del resentimiento), esgrimió su lanza de "ellos o yo" creyendo que "la pela es la pela" para cualquier catalán, aunque sea de origen charnego y... salió despedido hacia las tinieblas exteriores. El heredero de la Panza Planetaria no ve gigantes, solo ve molinos que acuñan moneda y en los que se esconde la lana al albur de la tendencia del viento que pasa.

Eliminado Carlos Herrera, les ha resultado fácil despeñar a Ferrari.

Se da por hecho que la COPE, recolectora en los últimos tiempos de náufragos de la libertad de micrófono, cuan balsa de la Medusa recogerá sus restos. Y se da por sabido que Javier González Ferrari le seguirá. Si eso pasa, el dinero que ya no se necesita será la justificación para una decisión equivocada.

Si valiera de algo el consejo de un viejo conocido que rodó de fracaso en fracaso hasta la ruina total, le pediría a Ferrari que siguiera el ejemplo de Andrea Camillieri y aprovechara su ingenio y empleara su dignidad volviendo a su primera vocación: SER escritor. Como Camillieri ha hecho a través del Comisario Montalvano, Javier podría rebañar personajes del recuerdo, levantar alfombras de chanchulleros, sacudir conciencias de amaestrados y reírse de los infinitos tontos, meapilas y cagamandurrias que han asediado su paso para escribir el relato de este tiempo y este país de mafiosos, robaperas y, en definitiva, pícaros. Haz lo que quieras, pero saca provecho de los Quevedos que siempre has llevado puestos.